Mi sapo amigo
Anoche murió un sapo,
no era un sapo cualquiera.
Yo estaba acostumbrado
a mirarlo en las noches
atrapar los insectos
con su lengua certera
y a escuchar en su canto
los augurios de lluvia.
Era un sapo de barrio
de los pocos que quedan.
Quiso cruzar la calle,
pero una luz gigante
lo sorprendió en un salto
sin llegar a la acera.
Ignorándolo el hombre
que apresurado andaba
en esa amenazante
noche de refulgidos,
aplastó con su coche
a mi sapo querido.
Cuando el feliz estaba
gozando de la lluvia
esperada de siempre,
explotó su epitelio
y por su boca amplia
catapultó sus viseras.
Yo lo tomé en mi mano
sin impresión ni asco,
porque andaba mi sangre
un tanto dolorida
provocando una mueca
donde ocultar mi lágrima.
Le cubrí la osamenta
con tierras del jardín
Le cubrí la osamenta
con tierras del jardín
y en un efecto místico
que nació en mis entrañas
imaginé su verde
despertando en un tallo
para alcanzar la lluvia
desde una bella flor,
que así lo redimiera
de todo aquel desprecio
que en su cuerpo rugoso
tuvo que padecer.
Al fin mi sapo amigo,
en esta nueva vida
sabría de la ternura
y la bella mirada
que ofrece una mujer.
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