jueves, 18 de octubre de 2012

EL VINO







No es la sangre de Cristo,
como a veces pregonan
los beatos segadores
del  libre pensamiento.
Es el fruto primero
que la labor humana,
hace miles de años
lo transformó en el zumo
de sublimes racimos 
originarios de Asia.

Al enjugar  el hombre
los labios con su savia
comprendió el arrebato
que proponía  a la sangre
el mosto fermentado,
y al despertar el numen  
ascendieron  los sueños
hallando  la alegría
en los ritmos del alma.
Fue luego  la poesía
en alas de palabras
resueltas en su vuelo
quien inició la historia.


Hoy, cualquiera  su cepa,
en la risa y el llanto
se lo hace necesario
y análogo al pan de quien  comparte,
le duplica los goces
a quien bebe con gesto solidario.
Inclinada la copa hacia los labios
restituye las sales de la vida
exudadas en  fuerzas del trabajo
y es el vino energía de la musa
transformada en sustancia
para lumbre del canto

El vino nunca es malo, y si es malo,
como lo dijo Franco en algún verso:
“Sólo es para el borracho”.




Amigos y poetas,
asociemos  el vino y la poesía
alzando en nuestra copa la esperanza
de un mundo compartido,
donde el más valorado de los hombres
sea el hombre de trabajo,
pues guarda entre sus manos
la herencia más preciada:
la humildad y el amor.
Han de valer  entonces,
el vino y la poesía,
si logran oponerse
al aciago destino de los pobres.

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