Siempre existió el poeta
de eufórica palabra
que en los boliches pobres
de los olores rancios,
junto a un vaso de vino
compartido
alzando las proclamas
sociales de su clase
se sintió ser obrero de
sus versos.
Pero cuando más tarde
necesitó el sistema neutralizar
su grito
y le ofreció las luces y
la escena,
el opacado vaso compañero
se transformó en la copa
cristalina
y el tinto avinagrado del
estaño
fue un añejo malbec para
la cena.
Los amigos obreros los
transmutó la fama
en patrones burgueses y
panzones
y la guitarra, mimada de
la luces,
fue servil instrumento de otra idea
donde el dolor de los
hermanos pobres
quedó ajeno en la letra de los temas
porque la gran empresa fue
auspiciante
y el éxito marcó una vida
nueva.
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