Ya viejo,
encanecido,
ensillas
el amargo
en los
días temprano
y en
sorbos de silencio
te escapas
para el campo
recordando
tu quinta,
recordando
tus flores,
recordando
tus frutos...
y remontas
en vuelo.
Aflojando
las riendas
le
permitiste el paso
a tu
viejo tobiano,
el ala del
acero
se
introdujo en el humus
para
formar el surco
y los
gruesos terrones
se fueron
escupiendo
dejando la
hondonada.
El olor a
la tierra
te llegó a
la profundo
y pies
trastabillantes
en terreno
agrietado
quedaron
percudidos,
mientras
sudosa frente
con el
volátil polvo
embarraba
tu cara.
Fue más
tarde la rastra
quien
alisaba el campo
demoliendo
el cascote
y llevando
entre dientes
la vencida
maleza.
Y así se
unió a tu mano
el brazo
de la azada
para
hendirse en el suelo.
Echaste la
semilla
y gracias
de la lluvia
dieron el
nuevo brote
que se fue
haciendo planta
marcando
la besana.
Y tuviste
tus tardes
de quinta
florecida,
y maduró
tu fruto
con soles
de los días,
y recibiste
el premio,
gozaste tu
comida,
viendo
como tu niño
a tu lado
crecía.
Pero vino
el ocaso
y esa
tierra no daba
lo que el
mundo exigía.
Entonces
emigraste
a las
grandes ciudades,
inhalaste
los humos,
anduviste
con prisa,
te
aturdieron los ruidos
y perdiste
la risa.
Y hoy,
viejo, encanecido,
ensillas
el amargo
en los
días temprano
y en
sorbos de silencio
te escapas
para el campo
recordando
tu quinta
recordando
tus flores,
recordando
tus frutos,
hasta que
pierdes vuelo
y
encuentras el cemento
que ha
cubierto tu tierra
que ha
ocultado tu cielo.
Del libro Estampas de un tiempo Nuevo (1994)
Bellísima....
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